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El verdadero valor de lo fundamental

Mi madre siempre me dice: “Ferran, lo fundamental es lo fundamental”.

Algo que a simple vista puede parecer una obviedad, a lo hora de la verdad no lo es tanto.

Detrás de esta máxima, y en especial en estos días de confinamiento por el Covid-19, yo puedo entrever varios significados en esta frase.

Cuando la muerte te mira directamente a la cara, arrebatándote de un zarpazo a alguien cercano en la forma de un virus sin vacuna, parece que lo que toca, por narices, es empezar a revisar la escala de valores.

Pararse a pensar no siempre es fácil, porque tenemos tanta prisa que no nos paramos a valorar si lo que estamos haciendo sirve o no para algo. Tiramos hacia adelante sin más. El Covid-19 nos ha dicho que paremos, en un confinamiento que a mí personalmente, me está ayudando a ver las cosas desde una perspectiva totalmente distinta.

Después de los primeros días de confusión total, con los supermercados medio vacíos de cosas básicas (un día no pude comprar ninguna de las 12 cosas que tenía en mi lista de la compra), de la euforia por ver los videos de los famosos cocinando esto y aquello, y de las contradictorias noticias sobre las consecuencias del virus; parece que poco a poco deberemos ir asumiendo eso que se ha dado en llamar la nueva normalidad.

Pararse a reflexionar en el verdadero valor de lo que sí cuenta, para que lo que nos viene encima a partir de ahora, no sea tan difícil de sobrellevar.  Algo que deberíamos hacer todos los días, pero al ir a toda pastilla, no nos hemos parado a cuestionarnos, que quizás, esa prisa sea una parte central del problema. En otras palabras, quizás partimos de la idea equivocada que la prisa es una buena idea.

En uno de estos días de confinamiento, decidí empezar a poner negro sobre blanco a modo de lista, aquello que me aportaba, y aquello que no. Se cayeron un montón de cosas de la lista de “imprescindibles”. Supongo que como mucha gente me di cuenta de que algunas de esas cosas prioritarias, lo que buscaban era en realidad otra cosa. Buscaba el aplauso y la palmadita en la espalda sin haber hecho objetivamente gran cosa para merecerlas. Me di cuenta de que sin palmaditas (porque no me quedaba otra que quedarme en casa centrándome de verdad en mis prioridades) era mucho más feliz.

En resumen, una larga lista de cosas que habían pasado de necesarias e imprescindibles a irrelevantes.

Visto lo visto, y dado que esa lista parecía estar en pleno estado de catarsis sin habérmelo propuesto, me puse a tirar del hilo en ese nuevo descubrimiento. Puse la intención en lo que realmente me servía, en aquellos “ingredientes” con los que “cocinar los platos” para esto de la nueva normalidad.

¿Qué importa si al otro no le agrada algo de lo que uno dice o hace? ¿Es que acaso mis actos son malos, necios o persiguen hacer daño a los demás? Para nada. ¿Soy torpe? Mucho. ¿Y qué?

¿Para qué dudar tanto? Si sirve para hacer balance y tomar mejores decisiones, pues eso sí, pero “comerse el coco”. Eso no es fundamental.

Necesitamos a los demás, sin duda. ¿pero para qué? ¿para que nos aplaudan o para construir cosas juntos?

Lo que muy a menudo nos cuesta ver, es que estamos rodeados de “sospechosos no habituales”. Esas personas, que, por ir demasiado deprisa, no hemos sido capaces de ver en su total extensión. Muchas veces, sólo nos quedamos con la imagen distorsionada que nos hemos creado de esas personas. Ahora resulta que la señora “antipática” del balcón de enfrente, pasa a ser “simpática” porque me saluda efusivamente cada día a las 8 de la tarde. La lista de cosas puede ser muy larga.

Por encima de todo, y puestos a ser prácticos, a partir de ahora va a ser todavía más importante el decirle al otro “te quiero”. No por “ñoño”, no por que quede socialmente bien o porque ahora pueda estar de moda. No, porque eso de las emociones mal entendidas, a las que aludía anteriormente, son para mí un error de bulto. Me refiero al “te quiero” de verdad, en el sentido de contar con el otro como Dios manda. Yo “te quiero” para para esto y para aquello, no por considerarte un instrumento, sino para que, de una vez por todas, lo que puedas aportarme nos sirva de verdad a los dos.

Aquello a lo que el gran Mario Benedetti aludía, “busco a alguien que no me necesite para nada y que me quiera para todo”. Es a este “te quiero” al que me refiero. Un “te quiero” que busque la construcción de cosas valiosas contando con el valor del otro.

Ese “te quiero vivo” que nos han enseñado nuestros sanitarios. Esos que, arriesgando la propia integridad física, son capaces de perder la propia vida para salvaguardar la nuestra. Esos que nos muestran que este tiempo es limitado y escaso, y que tiene más valor del que realmente le damos.

Esperemos que la nueva normalidad, no se parezca demasiado a la antigua anormalidad. Al menos en las cosas fundamentales. Que entre todos seamos capaces, como especie, de dejar de hacer idioteces, comportándonos como niños caprichosos que pretenden alterar el orden natural de las cosas sin asumir plenamente las consecuencias; no sea que la madre naturaleza nos vuelva a llamar la atención y nos vuelva a poner en nuestro sitio.

Somos frágiles y muy vulnerables como individuos, pero no tanto como especie. Necesitamos el abrazo y el aliento del otro, del cercano, del amigo, pero por lo que parece también a aquellos “sospechosos no habituales” que viven en un balcón cercano cuando somos capaces de verlos en su totalidad.

Espero que hayamos entendido también, que en esa escala de valores importantes está la experiencia de aquellos mayores que nos precedieron. Como en aquellas antiguas sociedades, en las que el Consejo de los Ancianos tenía la última palabra. Aquellos a los que las instituciones públicas han dejado de lado en esta crisis, nuestros mayores. Esos a los que los más jóvenes recurrían para poder tomar las mejores decisiones en el pasado. Decisiones basadas en los aprendizajes de aquellos que ya estuvieron antes allí y que obtuvieron conclusiones por la experiencia. Quizás, si les hubiéramos permitido expresar su punto de vista, mucho tiempo atrás, hubiéramos aprendido algo y no nos habríamos comportado como unos auténticos necios.

Si nosotros, seres sociales, nos unimos en lo que cuenta, será difícil que dejemos de evolucionar con fuerza. Tomar decisiones equivocadas, basadas muchas veces en egos mal gestionados, que no saben muy bien, ni el por qué ni el para qué, nos abocan a un sonoro fracaso. Pararse, y sopesar, cuál es el verdadero valor de lo fundamental. Nada más.

FerranTuCoach. COVIDWarriors Connector

PCC (Professional Certified Coach) por ICF (International Coaching Federation)

www.ferran-tucoach.com

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